miércoles, 16 de octubre de 2013

Señores del Olimpo

 En el principio fue Caos, el inconcebible. Caos el No-nacido, la tiniebla impenetrable que precede a toda luz. No tenía ni manos, ni voz, ni ojos, y nunca se le ofrendaron ni se le ofrendarán víctimas, pues es el dios de la indiferencia suma.


Prometeo, que se jactaba de haber creado a los hombres en su torno de alfarero cuando Zeus aún no se había convertido en soberano celeste, y también de haberles concedido el don de la palabra, e incluso de la arcana escritura. Prometeo, que se hacía llamar benefactor de la humanidad, que había enseñado a los mortales el dominio del fuego y la ceremonia del sacrificio. Prometeo, a quien Zeus había castigado por que le quería arrebatar el cariño y la adoración de los hombres.


Las quejas de Gea (la tierra) sobre la raza de los hombres no son invención mía. Según algunos autores antiguos, la causa de la Guerra de Troya habría sido que la Tierra se quejó a Zeus de su superpoblación, y el señor del Olimpo decidió provocar la guerra más mortífera que hasta entonces se había librado.



Muchas existencias había vivido Cronos (padre de Zeus) desde entonces, y muchas falsas muertes había sufrido para borrar sus huellas. Pero en cada nueva vida heredaba el poder, la riqueza y la sabiduría de la anterior. Por encima de todo, había aprendido la lección que su soberbio hijo jamás entendería. Que el verdadero poder, si quiere perdurar, debe ser anónimo, permanecer oculto y manejar los hilos desde las sombras. Pues si nadie sabe donde reside, nadie intentará suplantarlo. Y en verdad, nadie encontraría el nombre ni la dirección del señor Kronn (Cronos)en los archivos de los bancos, las compañías petrolíferas ni las empresas de telecomunicación que controlaba. 

Nadie, por tanto, podría asaltar los cielos para derrocarlo por segunda vez.



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