domingo, 4 de agosto de 2013

Un hombre, un elfo y un enano gruñón transitan por un paso entre montañas, tétrico a más no poder.

Buscan la ayuda de un ejército tan letal como lúgubre. Un grupo de canallas sobre los que pesa la anatema de vagar eternamente sin descanso por haber abandonado a su señor en un conflicto acaecido hace varios años.


Encuentran una entrada en la montaña, sobre ella y tallada en la roca dos escenas: a la derecha, un hombre montando un carro ha abatido a otra persona con una flecha, a la izquierda otro hombre sobre lo que parece una embarcación y en medio…entre los miles y miles de símbolos que podían haber puesto han decidido colocar al tachánnnnn:  Ojo que Todo lo Ve.

Se adentran en el interior de la montaña y se les aparece la tan temida banda de degenerados que tienen la capacidad de atravesar objetos sólidos lo que demuestra que se mueven libremente por la segunda e incluso primera dimensión, les piden ayuda para luchar contra un enemigo que amenaza al mundo (su mundo claro). Estos, haciendo caso omiso a la petición de ayuda se preparan para hacerlos picadillo seguro que después de divertirse sexualmente un rato con ellos, osea violandolos.

Pero de pronto uno de ellos, el humano, se descubre como aristócrata y heredero de un rey culpable de la situación actual del mundo y les ofrece la posibilidad de liberarlos de la maldición que pesa sobre ellos, ya que como descendiente de dicho rey es el único capaz de hacerlo.
Y este ejercito letal, capaz de transitar entre las dimensiones más bajas (algunas de ellas llamadas Infierno por varias religiones) resulta que solo ayudan ¿A quién? A la realeza.
La realidad demostrada una y mil veces es que a los Iluminati se la pone dura restregarnos sus símbolos a la primera de cambio.

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