Poco a poco, la respiración se normalizó y la pitonisa relajó el cuerpo. Después se volvió para mirar a los visitantes. No era ahora la misma mujer cansada que los hombres habían visto antes. Ahora se la veía segura, incluso arrogante mientras los observaba. También había algo más: los ojos habían cambiado.
Epérito vio con horror que los iris eran amarillos y las pupilas rajas verticales. Ella abrió la boca y siseó, una lengua viperina asomó de la boca sin labios.
-¿Quién busca el futuro?
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-¿Cómo has sabido
dónde encontrarme?
-Tengo una visión interior que pocos poseen -respondió ella,
con la mirada puesta en las llamas-. Hay dioses más antiguos que los olímpicos,
Epérito, y pueden dar a sus seguidores unos poderes que el resto del mundo ha
olvidado. Me dijeron dónde estabas oculto.
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