Sobria, la inteligencia de mater era penetrante y
cruel. Por desgracia, los dioses la hicieron de manera que solo era feliz
cuando estaba ligeramente achispada: graciosa, insinuante, lista y sociable.
Pero sobria, era Medea, y borracha, era Medusa.
Estuve leyéndole y ella me dejó su libro de poemas y dijo
que iría y me visitaría.
-Me gusta lo que
oigo de tu Calcas –dijo- ¿Te ha hecho ya el amor?
Ella era hija de aristócratas, ya sabes. Y esa era la forma
de comportarse, aun en Beocia: hombres con niños y mujeres con niñas. Al menos,
entre la aristocracia.
Me ruboricé y tartamudeé.
-Así que no. Está
bien. No te gustaría, ¿no es cierto? –dijo esto tocándome la mejilla; en cierto
modo, era algo horripilante.
Ella nunca nos tocaba.
Era un viejo aristócrata y tenía las mejores ideas de cómo
debía comportarse su clase social. Pocos lo hacen.
El resto son violadores y fríen a impuestos a los demás, con
bonitos nombres y mejores armaduras.
De todos modos, él me pasó su brazo alrededor de los
hombros.
-Escucha, chaval.
Pediste combatir a espada. Eres bien recibido para hacerlo. Todos podemos ver
que eres un hombre entrenado. Pero, después de ganar hoy, nadie, y digo nadie,
pensará que eres un miedica si quieres apartarte.
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