En aquellos tiempos de mi juventud, los griegos de la Jonia
se alzaron para liberarse de las cadenas de la esclavitud persa. ¡Ja! Eso sí
que es un cuento de mierda. Unos ambiciosos que querían hacerse ellos mismos
con el poder engañaron a los ciudadanos de muchas ciudades jónicas para hacer
que cambiaran la seguridad y la estabilidad del mayor imperio del mundo por la “libertad”.
Para la mayoría de los jonios, aquella libertad sería la
libertad de dejarse matar por un persa. Ningún jonio se fiaba de ningún otro
jonio, y todos ellos querían tener poder sobre los demás. Los persas tenían un
mando unificado, generales brillantes y provisiones excelentes. Y dinero.
Jonia es el nombre con el que se conocía en
tiempos de la Antigua Grecia a la costa
centro-occidental de Anatolia, llamada también Grecia
asiática, y que incluía además las islas adyacentes. Es una región
histórica de la actual Turquía cercana a la ciudad de İzmir,
la histórica Esmirna.
En Sunión conseguí encontrar un barco, prácticamente al pie
de la escalinata del templo de Poseidón. Era un fenicio que iba a Delos con un
cargamento de esclavos procedentes de Italia y de Iberia. Yo no tenía gran
concepto de los tratantes de esclavos, y los fenicios me caen mal por
principio, a pesar de que son grandes marinos; pero lo interpreté como que los
dioses me estaban poniendo a prueba, y cerré la boca y abrí los ojos.
Todos los esclavos eran iberos, hombres corpulentos de gruesos bigotes, con tatuajes y con la rabia profunda de los que han caído en la esclavitud hace poco. Miraban mis armas, y yo me mantenía a distancia. Todos parecían luchadores.
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