miércoles, 24 de julio de 2013

Solo el Acero

  - ¿Duenda? – preguntó Jhiral, deformando aquella palabra desconocida.

  - Dwenda. O aldraínos, según qué cuentos tribales se prefieran. Todo se reduce a lo mismo. Una raza de seres, casi humanos en forma, con poderes sobrenaturales, acceso a reinos más allá del alcance humano y vínculos estrechos o incluso sangre compartida con los dioses.

Jhiral soltó una carcajada seca como una tos.

 

"Las personas corrientes distinguen entre dioses y demonios, Poltar, pero expresarse en esos términos es señal de ignorancia. Cuando los poderes hacen nuestra voluntad, los adoramos como a dioses; cuando se oponen a nosotros y frustran nuestros planes, los odiamos y tememos como a demonios. Son las mismas criaturas, los mismos seres inhumanos retorcidos. La senda del chamán es la negociación, nada más. Cuidamos la relación con los poderes para que nos reporten más alegrías que lágrimas. No podemos hacer nada más"

 

  -¿Por qué luchaste por ellos? – Había música en la voz, una vibración honda y melodiosa, a pesar de que las palabras en sí surcaban las tinieblas quedamente. El idioma era naómico, pero teñido de arcaísmos del antiguo myrlico y una pintoresca elaboración gramatical -. Son capaces de ejecutarte en la estaca por quién eliges llevarte a la cama, y llamarlo piedad; observarían y brindarían por tu agonía con jarras y canciones, y dedicarían el acto a sus dioses idiotas. Son brutales, necios, tienen la conciencia ética de los simios y el nivel de iniciativa de las ovejas. Pero te enfrentaste a los reptiles en el campo de batalla por ellos. ¿Por qué?

  Ringil se sentó con esfuerzo. Intentó hablar, aunque sólo consiguió toser. Después se dominó y se encogió de hombros levemente.


  -No lo sé –dijo con voz rota-. Todo el mundo lo hacía, sólo deseaba ser popular. 


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