Solo el Acero
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¿Duenda? – preguntó Jhiral, deformando aquella palabra desconocida.
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Dwenda. O aldraínos, según qué cuentos tribales se prefieran. Todo se reduce a
lo mismo. Una raza de seres, casi humanos en forma, con poderes sobrenaturales,
acceso a reinos más allá del alcance humano y vínculos estrechos o incluso
sangre compartida con los dioses.
Jhiral soltó una carcajada seca como una tos.
"Las personas corrientes distinguen entre dioses
y demonios, Poltar, pero expresarse en esos términos es señal de ignorancia.
Cuando los poderes hacen nuestra voluntad, los adoramos como a dioses; cuando
se oponen a nosotros y frustran nuestros planes, los odiamos y tememos como a
demonios. Son las mismas criaturas, los mismos seres inhumanos retorcidos. La
senda del chamán es la negociación, nada más. Cuidamos la relación con los
poderes para que nos reporten más alegrías que lágrimas. No podemos hacer nada
más"
-¿Por qué luchaste por ellos? – Había música en
la voz, una vibración honda y melodiosa, a pesar de que las palabras en sí
surcaban las tinieblas quedamente. El idioma era naómico, pero teñido de
arcaísmos del antiguo myrlico y una pintoresca elaboración gramatical -. Son
capaces de ejecutarte en la estaca por quién eliges llevarte a la cama, y
llamarlo piedad; observarían y brindarían por tu agonía con jarras y canciones,
y dedicarían el acto a sus dioses idiotas. Son brutales, necios, tienen la
conciencia ética de los simios y el nivel de iniciativa de las ovejas. Pero te
enfrentaste a los reptiles en el campo de batalla por ellos. ¿Por qué?
Ringil
se sentó con esfuerzo. Intentó hablar, aunque sólo consiguió toser. Después se
dominó y se encogió de hombros levemente.
-No lo
sé –dijo con voz rota-. Todo el mundo lo hacía, sólo deseaba ser popular.
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